III: Una experiencia religiosa

¡Vamos con la tercera parte! Y me temo que, francamente, estoy un poco decepcionado conmigo mismo con esta. Sé que no es el mejor disclaimer del mundo, pero sinceridad ante todo. Permitidme explicarlo.

Como de costumbre, escribí este relato para el IV concurso de relatos de la revista Windumanoth. Y estaba entusiasmado, porque tenía esta historia en la cabeza desde hacía mucho tiempo y me hacía mucha ilusión encajarla en la trama de Gormak y sus amigos (porque «la trama de Trammer» me ha sonado mal).

Pero por desgracia, el límite de 4.000 palabras jugó en mi contra. Me faltaron por lo menos 500 para escribir el final que a mí me hubiera gustado, y lo reescribí tres veces hasta que encajó en el límite de palabras. Además, la tercera fue sobre la bocina: a 30 minutos de la finalización del plazo, y sin haber podido repasar el relato entero para buscar faltas de ortografía. Tuve que hacer una correción exprés y enviar el relato cagando leches… y cuando lo releí, el final me dio auténtica grima.

Así que ahora, ya sin restricciones, lo he reescrito por cuarta vez con la sucesión de eventos que tenía en la cabeza, y estoy razonablemente más contento con él. Sin embargo, la experiencia me ha servido para darme cuenta que esto no es lo mío. Este formato, quiero decir. Tener que limitar el número de palabras que utilizo (cuando sé sobradamente que soy un brasas) y, sobre todo, tener que desperdiciar tiempo y esfuerzo en repetir la misma breve introducción y un desenlace en condiciones, para un relato inconexo…

A Robert E. Howard se le daba de lujo, pero yo no soy tan bueno como él era.

Probablemente voy a seguir escribiendo esta historia, porque me gusta mucho, pero lo haré a mi manera. De modo que, probablemente, este ha sido el último relato que envío a la revista Windumanoth. Aunque voy a seguir siendo un fiel mecenas, por supuesto: esa gente hace oro puro. Os la recomiendo encarecidamente!

¿Veis como soy un brasas? No me enrollo más y os dejo con la historia. 🙂 Espero que la disfrutéis!

Al atardecer, llegamos a la cima de la colina. Gormak se adelanta unos pasos para otear en la distancia y una expresión de triunfo se dibuja en su cara mientras exclama:

—¡Por fin hemos llegado!

En cuanto lo alcanzo veo un pequeño torreón en ruinas que se alza en la ladera opuesta. Sigo sin creer que hallaremos lo que buscamos allí dentro, pero admito que estoy contento de haber llegado a nuestro destino después de tantas jornadas de travesía.

—¿Qué esperáis encontrar en semejante montaña de escombros? —pregunta Iskander, sobresaltándome.

Creo que es la primera vez que escucho la voz de nuestro misterioso acompañante desde que evitamos que un jabalí le devorara hace dos días. Pese a su reticencia inicial, hemos terminado compartiendo el camino aunque ni siquiera Gormak ha sido capaz de arrancarle una conversación en condiciones.

—Agua —explica nuestro líder, sonriente—. Está en ruinas pero juraría que es masonería enana, y los enanos siempre construyen sus fortificaciones cerca del agua dulce.

—No hay ningún río alrededor, genio —añade Jeremy, con sorna.

—Por eso creo que nuestro lago subterráneo está debajo del torreón. ¡Andando!

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II: Cerdos de guerra

Si leísteis mi anterior relato, «Malas compañías», los personajes de este os van a sonar. Llegados a este punto, me doy cuenta de que tal vez debería explicar en qué consiste el proyecto «GRAN BIBLIOTECA».

Como veréis si hurgáis un poco por la página, a finales de 2016 publiqué una novela, «En un lugar de Garbantia». Y, como la gran mayoría de autores independientes, me encontré con montones de problemas. Por un lado, pagué las consecuencias de una mala primera edición (las pagué con una tediosa segunda edición), y por otro lado descubrí que darse a conocer es MUY difícil, mucho más de lo que anticipaba. De modo que me planteé cruzar fronteras que no creí que cruzaría, como pagar por anuncios o volver a escribir relatos más cortos. Hace un tiempo me prestaron una autobiografía de Stephen King («Mientras escribo», muy recomendable) y descubrí que ese tipo que escribe tantos libros al año empezó su carrera participando en montones de certámenes en revistas más y menos conocidas. Y más o menos mientras esa idea empezaba a rondar mi cabeza, la revista Windumanoth publicó su primer ejemplar, con una calidad excepcional, y convocó un concurso de relatos para su segundo número.

En vistas de que la revista prometía una periodicidad, planteé la siguiente estrategia: escribir una saga de relatos cortos, estilo Robert E. Howard (ya sabéis, el autor de Conan – el bárbaro, no el detective), ambientada en el mismo mundo donde se desarrolla la novela, con la esperanza de captar a más curiosos con un formato un poco más «casual». Y, ya de rebote, ¿por qué no presentar esos relatos a concursos? Total, ¡nunca se sabe!

El número 3 de Windumanoth saldrá en mayo, y el fallo del concurso ya se ha hecho público. Tampoco ha habido suerte esta vez, pero personalmente (y sabiendo que no soy objetivo) creo que he hecho un buen trabajo y confío en que os lo paséis tan bien leyéndolo como yo me lo pasé escribiéndolo.

Lo podéis descargar en formato PDF también. ¡Espero que lo disfrutéis! 🙂

—¿Me prometes que sabes lo que estás haciendo?

—No lo distraigas, joder.

Mi mirada se desvía hacia el hombre que me ha regañado, Jeremy. Desde luego, tiene fe ciega en su líder… Gormak se agacha, ignorándome, y agarra un buen puñado de tierra del suelo. Lo toca, lo huele y finalmente se sacude las manos. Sé de buena tinta lo buen rastreador que es, pero… ¿qué demonios está haciendo? No estamos siguiendo ningún rastro, maldita sea…

—Te lo prometo —responde, sonriéndome—. Tranquilo, hombre, que vamos bien.

Miro a mi alrededor y mis ojos se encuentran con los de Barth, que se encoge de hombros. Ya hace cuatro días que me uní a este curioso trío de mercenarios, y esa mole humana de Bartholomew es con quien mejor me llevo de momento.

Probablemente se deba a que es el más silencioso de los tres…

—Sigamos —insiste Gormak, retomando la marcha—. Creo que nos estamos acercando al objetivo.

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I: Malas compañías

Escribí este relato en septiembre de 2017, en unas condiciones… peculiares, por llamarlo de algún modo. Después de un agosto trepidante, con obras faraónicas en casa y una mudanza legendaria, me senté un rato en el ordenador y me di cuenta de pura casualidad que se había convocado un concurso de relatos para el segundo número de la revista Windumanoth. Y me di cuenta en el mejor momento: a una semana de que terminara el plazo de recepción. Me interesaba muchísimo participar, de modo que me devané los sesos para pensar en algo lo suficientemente interesante que pudiera plasmarse en entre 1.500 y 5.000 palabras… y salió esto que podéis ver. Desgraciadamente, el relato no fue lo suficientemente bueno para ser elegido finalista, ¡pero no por ello estoy menos orgulloso!

Os dejo un enlace para descargarlo en formato PDF si lo preferís. De cualquier modo, ¡espero que os guste! 😉

—Bohrs, una copa del aguardiente más fuerte que tengas.

Él arquea una ceja antes de servirme el licor con parsimonia y, apenas aparta la botella, me apresuro a vaciar la copa de un solo trago. Por todos los dioses, han debido destilar mierda de cabra para hacer esta porquería… Golpeo la mesa con el culo del vaso y pido otra, con voz ronca. Bohrs deja escapar una risita por debajo del bigote y me la sirve, mirándome con expectación.

Contemplo la posibilidad de aceptar el reto y caer inconsciente, pero finalmente asiento con un gruñido y ocupo una de las mesas vacías copa en mano. De todos modos, ya hace muchos años que nos conocemos: Bohrs no tarda en sentarse a mi lado para comprobar si lo que me pasa, sea lo que sea, es grave.

—Menuda cara traes, muchacho —me saluda, mientras toma asiento—. ¿Hay algo en lo que este viejo tabernero te pueda ayudar?

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